martes, 1 de septiembre de 2015

No tengo diéresis

Yo no tengo diéresis que morder ni que adornar,
no hay colores que derretir ni cielos que cabalgar.
El tiempo me come al paso del viento, las olas se llevan el sentimiento; los traen, los llevan, juegan con los sueños, las ilusiones y se carcomen mis emociones.
Busqué la diéresis en una montaña, se escondió en el bosque de la cabaña.

Tu mirada que todo lo baña, que todo lo empapa, mis acentos que todo lo ensucian, pero no hay aluvión que mueva este siroco como tus muecas que todo lo matan. Y el sol que brilla y quema, pero no es real, solo envejece y voy como zombie comiéndome el cerebro, lamiendo tu rastro, hasta el olvido y el desdén de tus casualidades.

Aquellas hojas que tiraron tu cabello me armaron un sendero que no mis piernas caminaron, que no tus pasos andaron.
Tanto es esto que tan poderosa eres, más tú lo reduces al no más, a la indiferencia del sabor amargo de tu media sonrisa, que no sé adornar porque no tengo diéresis.